El concepto que la
izquierda tiene sobre la democracia dista mucho de ser sinónimo del concepto de
libertad. La democracia y la libertad para la izquierda no siempre tienen por
qué ir de la mano. La democracia española está secuestrada, está en manos de lo
que cursimente se nos ha vendido como lo políticamente correcto. Es una
democracia encorsetada donde queda excluido del debate político todo aquello
que los guardianes de la superioridad moral entienden que no es discutible.
La izquierda nos quiere
hacer ver que la democracia es la imposición sobre los demás de aquellos que
han obtenido el mayor número de votos en unas elecciones. No se trata de
legislar para todos y de respetar sensibilidades distintas a los de aquellos
que ganaron, se trata de imponer, de obligar, a que todos acepten como válido
lo que supuestamente votaron la mitad más uno. Aquí es donde quiebra el
concepto de libertad y de respeto.
El ganar una votación,
el obtener mejor resultado político que tus rivales no te da derecho a
laminarlos, a imponer tu criterio en todo tipo de cuestiones sociales y
morales. La izquierda maneja perfectamente el lenguaje demagógico según los
intereses del momento. Si ganan, porque solo legislan para aquellos que les
votaron, que les son afines, persiguiendo y eliminando al adversario, pero si
pierden, también trataran de imponernos su ideología de una u otra manera. Aquí
es donde nos venden el respeto a “sus minorías” y la imposición de sus
criterios al resto. Leyes de ideología de género, leyes de colectivos LGTBI,
leyes de memoria histórica, se nos imponen, aunque la victoria electoral haya
correspondido al adversario político, que las asume como propias.
Definitivamente,
democracia y libertad siguen caminos paralelos pero no unidos. La democracia no
lleva intrínsecamente en si, por el hecho de serlo, la libertad. Asistimos de
forma irremisible a la dictadura de lo políticamente correcto. Somos testigos
mudos de la eliminación sistemática de nuestras libertades individuales. Se nos
maneja y se nos hace ver como comportamientos y hechos normales aquellos que no
lo son. Nos creemos libres porque nos llevan a votar cada cierto tiempo
opciones políticas ya seleccionadas y nos imponen la verdad y la historia por
decreto.
Nada de esto tiene que
ver con la libertad, ni si quiera con la democracia. Si unas mentes enfermas y
calenturientas opinan que unas azafatas en acontecimientos o eventos deportivos
son sexistas, directamente se las elimina, se prohíbe, sin importar la opinión
de las afectadas. Si un evento taurino no es del agrado de unos individuos
ignorantes que desconocen en qué consiste la fiesta nacional, también se
prohíbe. Si los guardianes de la superioridad moral entienden cómo debió ser la
historia para ajustarla a sus intereses actuales, simplemente la borran, la
tergiversan y la cambian, encarcelando a todo aquel que discrepe. Se nos hace
votar lo que ellos desean que votemos. Otras cuestiones no son sometidas a
nuestra elección. Simplemente se nos imponen, y otras muchas, no se deberían
votar, pues hay cosas que no admiten discusión. Que todas las mañanas amanece,
que todas las noches anochece, que Dios existe y que este país está lleno de
mierdas, cobardes, pusilánimes y mediocres y que, aunque sean mayoría, eso no
les quita su condición de mierdas, cobardes, pusilánimes y mediocres.