Cuando una cosa es susceptible de
empeorar, casi seguro que empeora. Nos hemos acostumbrado a ver como normales
cuestiones y comportamientos que no lo son. Nos han hecho creer que la
excepción es la regla, que la anormalidad es el código habitual de conducta.
Nos han vuelto bizcochables, débiles, temerosos. Tenemos que estar agradecidos
de lo que por nosotros se hace, sin importar el retroceso y la pérdida de
derechos que, hasta no hace mucho, eran irrenunciables. El miedo al
empeoramiento, el terror a perderlo todo es la herramienta utilizada para
tenernos domesticados.
Después de una dura, larga y grave crisis como la
sufrida y de la que nos dicen que estamos saliendo, se cierne sobre nosotros la
amenaza de otra nueva. Diera la sensación de que nada volverá a ser lo de
antes, pareciera que viviésemos en una eterna crisis donde, a pesar de todo el
retroceso y lo perdido por el camino, debemos estar agradecidos, pues la cosa
podría ser todavía peor si muestras algún tipo de disconformidad o deseo de
cambio.
La clase dirigente, lo que conocemos como la casta
o élite política, es la encargada del mecanismo de control. Es una gran partida
de ajedrez donde el hombre de a pie, el hombre de la calle, es el peón que será
sacrificado, el prescindible y necesario para garantizar los intereses del
resto de figuras. Es una partida de ajedrez, pero sin rival. Todos son de un
mismo color. A los que manejan las figuras y los peones, los podemos encontrar
una vez al año en la localidad suiza de Davos.
Nos dicen que el Foro de Davos es una fundación sin
ánimo de lucro. En Davos se reúnen anualmente los principales líderes
políticos, empresariales y lo que ellos denominan intelectuales. No se sabe muy
bien cuál es el proceso de selección para ser invitados, lo que sí que está
claro, es que el gobierno mundial se reúne dos veces al año, a primeros,
precisamente en Davos, y a mediados dependiendo de donde toque. Aquí el club
organizador es conocido como Bilderberg.
La nota característica de todo lo que rodea al Foro
de Davos y, en mayor medida, al Club Bilderberg es la opacidad y el secretismo
y, por supuesto, el desconocimiento de la identidad de los organizadores, por
lo menos de los “auténticos” organizadores. Lo cierto es que no hay gobierno,
persona o corporación empresarial, social o intelectual que no se plegue a los
intereses de ambas organizaciones. La clase dirigente española, su casta política,
no es ajena a las instrucciones que reciben y que obedientemente ponen en
marcha, incluso cuando estas instrucciones perjudican seriamente los intereses
del pueblo español. Somos complacientes.
Se generan crisis para luego vendernos las recetas
para salir de las mismas. Se provocan guerras y se quitan y ponen gobiernos a
conveniencia. Se venden principios democráticos que ellos no se aplican.
Contaminan el mundo para luego cobrarnos por limpiarlo. Definitivamente,
desconocemos quién o quienes son los que manejan las figuras en el tablero de
ajedrez. Solo sé que viviremos en una constante e interminable tensión, para
mantenernos siempre alerta, siempre agradecidos y siempre sumisos. Generamos un
problema y generamos la solución. Que parezca que todo cambia para que todo
siga igual.
Javier
García Isac