La batalla ideológica imprescindible. por Javier García Isac
Considero un grave error no entrar en
la batalla ideológica. Las leyes de imposición de ideología de género, las
leyes de colectivos LGTBI, las leyes de memoria histórica, la ley del aborto,
leyes anti natalistas y leyes que regalan nuestra nacionalidad a colectivos
extranjeros y desarraigados, tienen todas como finalidad el desmontaje de
nuestra sociedad y nuestra identidad.
Por norma general, tengo por costumbre
respetar a las personas. No tanto a las ideas, muchas de las cuales me parecen
despreciables y dignas de ser reprobadas. No quiero, no deseo ser hipócrita y
ensalzar aquello que no me gusta, o incluso
permanecer pasivo. La pasividad en muchas ocasiones es un síntoma de
cobardía, me atrevería a decir que de complicidad. No se puede permanecer pasivo
cuando uno sabe que esa pasividad te hace cómplice de la mentira y el engaño.
Considero un grave error no entrar en la batalla ideológica. Si uno renuncia a
dar batalla es muy posible que acabe perdiendo la guerra. Acabamos asumiendo
cuestiones, dichos y hechos como buenos y ciertos por culpa de esa renuncia, de
esa pasividad a entrar en el fondo de los asuntos.
La izquierda maneja muy bien los
tiempos. Sabe a la perfección cual es el momento adecuado de volver a plantear
cuestiones, que si bien en un primer momento pudieran parecer baladíes, son
fundamentales para la transformación de la sociedad que persiguen. Se trata de
sacar del debate cuestiones primordiales y que debemos aceptarlas como ciertas,
debilitando nuestra identidad y desestructurando nuestra sociedad. La derecha o
centro reformista de este país renunciaron hace ya mucho tiempo a dar esa
batalla ideológica que muchos reclamábamos e hicieron un daño irreparable al
conjunto de todos nosotros. Pensaban que con ellos no iba el tema de la historia,
de la cultura, la enseñanza, la literatura, el cine o el teatro, que no eran cosas fundamentales. Ellos estaban
aquí para solucionar cosas importantes como la economía. El resto no importa,
mejor no entrar en ese debate. Se equivocaron gravemente.
Primero se perdió la batalla
lingüística, después todo lo demás. No se hablaba de la banda terrorista, se
hablaba de grupo armado. Cuando ETA no era amigable, se les calificaba de
nazis, ahora de hombres de paz. Nunca fueron nazis o fascistas, tampoco hombres
de paz. Fueron y son comunistas y asesinos, igual de comunistas que los
retrógrados de Podemos o Izquierda Unida. También se perdió la batalla jurídica
o judicial permitiendo que tribunales extranjeros se inmiscuyeran en asuntos
netamente nacionales, como la puesta en libertad de centenares de asesinos,
terroristas, criminales y violadores antes de tiempo. Nada nuevo, nada que no
hiciéramos nosotros mismos con la injusta amnistía del 77.
Ahora vamos a perder una batalla
ideológica que hace mucho que comenzó. Se perderá por incomparecencia de
aquellos que tenían la obligación y el deber moral de haberla disputado.
Aquellos que tenían la fuerza necesaria para haberlo parado. Piensan que esto
no va con ellos, que esto forma parte del pasado. Que inútiles, que ilusos al
pensar que la izquierda se detendrá aquí. No es nada nuevo, ya lo dijeron
otros: la obsesión de controlar el pasado viene dada por la determinación de
controlar el presente.
El mal avanza porque no tiene a nadie
enfrente que lo detenga. Nada es por casualidad. Las leyes de imposición de
ideología de género, las leyes de colectivos LGTBI, las leyes de memoria
histórica, la ley del aborto, leyes anti natalistas y leyes que regalan nuestra
nacionalidad a colectivos extranjeros y desarraigados, tienen todas como
finalidad el desmontaje de nuestra sociedad y nuestra identidad. El nuevo
lenguaje que se nos impone tampoco es casual. La mujer, el homosexual, el
inmigrante, el animal, la naturaleza…
Poco o nada les importa. Son los instrumentos, los accesorios necesarios
para el enfrentamiento, para mantener la tensión y la lucha, una vez
desaparecida la de clases. Estamos siendo laminados de una forma lenta y
gradual. Estamos siendo lobotomizados para que aceptemos sin resistencia la
nueva estructura, el nuevo orden que lograra la eliminación de nuestra
identidad, los principios y valores más sagrados.
Por Javier García Isac