Globalización… ¿precarización? La Europa de Amazon. Por Fernando Paz
Una nave industrial en pleno centro de Inglaterra, del tamaño de diez
campos de fútbol. Jornadas de diez horas y media, con treinta minutos – que no
se pagan – para un almuerzo que se consume a las seis de la tarde en pleno
centro de Inglaterra. Inmigrantes llegados del Este de Europa trabajando a
destajo, mientras los guardias de seguridad se cercioran de que nadie entre con
móviles en la nave. Interminables colas para entrar o salir de la cantina que
reducen los treinta minutos de pitanza a apenas diez.
Prohibidas las gafas de sol, que podrían ocultar unos ojos resacosos tras
una noche de bebida, con la consiguiente merma productiva. “Tus ojos te
delatan”.
Todos los empleados portan un dispositivo de mano que registra cada uno de
sus movimientos. Un gerente se ocupa de que la actividad no disminuya. Cada día
recorren unos 16 kilómetros, según marca el podómetro. Dieciséis kilómetros sin
apenas haber dormido o con una alimentación muy deficitaria. Letales para
quienes tienen sobrepeso, los gordos, que decíamos antes de la era de la
corrección política globalizada y de que brotasen miles de colectivos
potencialmente agraviados.
Los objetivos marcados para cada trabajador exigen andar todo el día a
grandes zancadas, aunque oficialmente se prohíbe correr. El “tiempo de
inactividad” se descuenta, y cuando el inodoro te queda a cuatro pisos de
distancia, corres el peligro de una severa reprimenda. No te renovarán, seguro,
y no vas mal si no te despiden. Te preguntas cómo lo harán, porque los
trabajadores ni siquiera han visto su contrato de trabajo.
Así que, sobre el alféizar de una ventana en el cuarto piso, hay una
botella en la que algún trabajador ha orinado. El olor a desinfectante se
extiende por los cuatro pisos del gran almacén de Amazon.
Lo ha publicado James Bloodworth en “The Times”, como una especie de relato
futurista sórdido que retrata la otra cara de la globalización, esa en la que
no pensamos cuando preferimos pensar que estamos a punto de convertirnos en los
cosmopolitas ciudadanos de un mundo pluscuamperfecto.
Se nos ha inducido a creer que el proceso globalizador es imparable; pero
no lo es. La globalización no es un destino, sino una elección humana, como
cualquier otra. Dicho de otro modo: no es inevitable.
Los salarios no
crecen
Se está convirtiendo en una preocupación cierta de los gobiernos europeos,
pero nadie le pone coto: si bien los gobiernos hace tiempo que pregonan una
salida de la crisis en términos macroeconómicos, para la mayor parte de los
europeos la situación apenas ha variado con respecto a la de hace unos años.
Por lo pronto, los salarios no crecen, lo que repercute no solo en el poder
adquisitivo de la población, sino también en las cotizaciones, en la
recaudación fiscal y en los tipos de interés. Porque -y esta es la clave – la
salida de la crisis se ha hecho a expensas de los ciudadanos. El PIB español
creció un 3.3% en 2016 pero los salarios descendieron un 0.8%; el descenso es
más acusado entre quienes se acaban de incorporar al mercado laboral y los
menos especializados. Es un hecho que en los últimos diez años ha aumentado la
desigualdad entre los distintos grupos de trabajadores. Por no hablar de la
brecha que se ha abierto entre los beneficios de las grandes corporaciones y
los sueldos más altos, por un lado, y la situación de la mayor parte de la
población, autónomos y asalariados medios y bajos, en el viejo continente, por
el otro.
Las razones básicas que explican esto están todas relacionadas con la
globalización: la deslocalización, las economías de escala y la inmigración.
Deslocalización
Una consecuencia inmediata de la globalización ha sido la deslocalización
de las grandes empresas, que se han trasladado a regiones del planeta en que la
producción o los servicios tiene un menor coste.
Contemplado en el conjunto de los países de la OCDE, las deslocalizaciones
han perjudicado particularmente a las pequeñas y medianas empresas, generadoras
hasta del 80% del empleo, al tener estas imposible deslocalizar, perdiendo, de
este modo, competitividad. Además han resultado lesivas no solo en el orden
puramente económico, ya que ese tipo de empresas frecuentemente son un pilar
esencial del tejido social.
Las deslocalizaciones representan una amenaza permanente en el mundo de la
globalización, ya que los nacionales no pueden rivalizar con quienes no tienen
que soportar los costes de mantener un Estado de Bienestar, muchas veces
padecen la ausencia de derechos laborales y parten de niveles de vida más
bajos. Ello por no hablar de la consecuente desnacionalización de los sistemas
jurídico-laborales.
La globalización, en definitiva, ha beneficiado a las elites a costa del
resto de la sociedad. En los Estados Unidos, la media del crecimiento del PIB
desde la Segunda Guerra Mundial y durante los siguientes sesenta años, fue del
3,5%. Hoy apenas alcanza el 2%, pero las finanzas crecen como nunca y las
grandes fortunas poseen una parte de la renta nacional mayor que jamás
anteriormente.
El papel de la
inmigración
Es evidente que un cierto grado de integración resulta natural y beneficioso
en muchos aspectos. Nadie puede vivir al margen de la comunidad internacional,
ignorando los procesos que tienen lugar en el mundo; pero, hoy, el primer
efecto de la globalización, junto a la pérdida de la propia identidad, es el de
la desprotección social.
Cuando James Bloodworth refiere lo que sucede en el almacén de Amazon, no
puede evitar mencionar el que la mayor parte de los trabajadores son rumanos o
hindúes. Este proceso se da en todas partes: los procesos migratorios hacia
Europa los promueven, como ellos mismos han reconocido, pretendidos filántropos
multimillonarios que aspiran a imponer sus cada vez menos ocultos intereses.
Tampoco puso gran empeño en ocultar sus propósitos Angela Merkel cuando, al
tiempo de la jubilosa aceptación de las masas de inmigrantes procedentes del
Próximo Oriente propuso rebajar, e incluso suprimir, el salario mínimo
interprofesional, algo que a la larga podría exigir una economía exportadora
que necesita mejorar su productividad, lo que resulta más fácil vía “contención”
de salarios.
Incluso los banqueros centrales de la UE, recientemente reunidos en
Frankfurt, lo han admitido así: la presión sobre los salarios tiene una
estrecha relación con las oleadas migratorias que llegan periódicamente a
Europa. Recientemente Jens Weidmann, presidente del Bundesbank y principal
candidato al Banco Central Europeo, ha señalado la presión que efectivamente
ejerce la emigración sobre amplias zonas de Europa y, por medio de su impacto
en la economía germana, en el conjunto de la Unión.
Economías de
escala
Si existe una dimensión económica característica de la globalización, esa
es la economía de escala.
Un estudio del Banco de Pagos Internacionales, del que el propio Jens
Weidmann es presidente de su Consejo de Administración, señala cómo la
integración mundial de las grandes cadenas multinacionales, a través de las
economías de escala, deprime los salarios.
Ante eso, las economías nacionales, consideradas individualmente, no tienen
respuesta. De nuevo, las pequeñas y medianas empresas sufren por este hecho y
se ven imposibilitadas de aumentar los salarios, ya que les haría perder
competitividad.
Sindicatos e
inmigración
Y mientras la población pierde poder adquisitivo y las grandes finanzas
aumentan su parte en la tarta, todo lo que a la izquierda y a los sindicatos se
les ocurre es promover la inmigración, es decir, el proceso que permite una
mayor precariedad y control, primero, y descenso, después, de los salarios y de
las condiciones de trabajo.
Sosteniendo esas absurdas consignas de que no hay seres humanos ilegales,
perjudican a los trabajadores. En principio a los nacionales, y más tarde
también a los inmigrantes, al menos a los legales.
No es verdad que los naturales de los países europeos no quieran hacer los
trabajos de los que se ocupan los inmigrantes; lo que no quieren es hacerlos
por sueldos de miseria. Cuando se afirma lo anterior, lo que se quiere sugerir
es que los inmigrantes llegan porque los nacionales dejan desocupados muchos
puesto de trabajo que ya no están dispuestos a desempeñar: cuando es
exactamente lo contrario. Es la llegada de los inmigrantes lo que produce un
descenso en los salarios y en las condiciones de trabajo, y es bajo esas
condiciones que los nacionales rechazan los empleos (lo que, dada la
precariedad imperante, cada vez sucede menos).
La verdad es que los sindicatos han sido actores principales en el proceso
de precarización, por cuanto no han impedido la temporalidad y el empleo de
baja calidad, e incluso se han beneficiado de él, y no han sabido enfrentar el
fenómeno de la creciente tecnologización. La globalización ha restado
efectividad a las demandas de los trabajadores, pero los sindicatos, por toda
respuesta, han optado por reforzar el fenómeno que la alimenta.
Entre la defensa de los asalariados y la ideología, es evidente lo que han
elegido. Aunque hacerlo esté alimentando los beneficios del capital en la
distribución de la renta
Fernando Paz