Decadencia y muerte del comercio y del producto español. Por Pilar Samper

Decadencia y muerte del comercio y del producto español. Por Pilar Samper


En los años 90 se produjo en España la fase de máxima expansión de los hipermercados, una fórmula comercial que naciera en los años 60 en Francia y que desde mediados de los 70 a principios de los 80, coincidiendo con la famosa transición, se introdujera en nuestro país.
Paulatinamente, los hábitos de consumo fueron adaptándose a las facilidades que estos centros ofertaban: encontrar todo tipo de productos, facilidad de aparcamiento, la compra por internet, y, por supuesto, publicidad y precios, factores todos ellos, con los que no podía ni podrá nunca rivalizar el pequeño comercio.
El comerciante español vio cómo sus negocios se hundían sin remisión.  Comenzamos a ver en nuestras calles, cómo las tiendas “de toda la vida” se veían obligadas, en su inmensa mayoría, a echar el cierre e iban siendo sustituidas por otras, de gerencia extranjera.
De hecho, el sistema, viene ayudando a las personas de otras nacionalidades para que el establecimiento de sus negocios sea rentable y, hoy por hoy, nuestras calles están repletas casi exclusivamente de comercios extranjeros o de grandes cadenas.
La presencia en el mercado de los productos españoles ha corrido igual suerte que la de los comerciantes patrios, por diferentes motivos: La Unión Europea ahoga al campo español con imposiciones productivas y competencias desleales, de modo que progresivamente, resulta cada vez más complicada su presencia en el mercado.
Y cuando ésta se produce -la competencia desleal de los productos extranjeros- hace que el consumo de estos supere al de los nacionales. En las estanterías de los supermercados, nos encontramos ya con marcas españolas conocidísimas, bajo las que el artículo como mucho tiene de español el proceso de envase, nombre y etiquetado: Así, compramos anchoas del Cantábrico de procedencia marroquí o espárragos envasados en Navarra –los archiconocidos “Cidacos” o “Cojonudos”, sin ir más lejos-,  procedentes de China o Perú.
Las sardinas las traemos de Marruecos, las alcachofas de Perú, los albaricoques de Sudáfrica, las manzanas de Francia, los plátanos de Colombia –más bien las bananas, como si con el plátano de Canarias no fuéramos ya bien servidos- y los frutos secos de Turquía, Estados Unidos, Argentina, Perú, China y Argentina, principalmente.
Otro tipo de industrias, como la ropa y el calzado, por supuesto, tampoco se libran de este proceso, de modo que principalmente, los productos chinos, copan las ventas en España.
El proceso globalizador impuesto por un sistema decadente, conduce al comercio y al producto español a la miseria primero y a la desaparición después, a la par que a nuestra soberanía, a una utopía.

  
En nuestras manos está priorizar el consumo del producto español. Tal vez sea lo único que podamos hacer por nuestro campo y por nuestra industria ante un vergonzoso panorama, al que difícilmente podamos combatir si, de una vez por todas, no cambiamos el sistema.

Pilar Samper.
Sindicato TNS Barcelona