Qué nos dicen los mártires del siglo XX, por Fernando Paz

Qué nos dicen los mártires del siglo XX, por Fernando Paz
No parece gratuito evocar la persecución de cristianos en España, en estos días, cuando se extiende la persecución contra la Cruz por todo el orbe y cuando, de modo menos cruento pero no mucho menos efectivo, el Occidente post-cristiano se desprende de sus propias raíces para mejor arrojarse al abismo. 
Seguramente por eso, la evocación de los “mártires del siglo XX” referida a España sea hoy más necesaria que nunca.
Y eso es lo que ha hecho monseñor Juan Antonio Martínez Camino, obispo auxiliar de Madrid, con el ciclo de conferencias “Santos mártires del siglo XX, testigos de la misericordia”, que se ha celebrado estos días.
Martínez Camino ha recordado que “no hay Iglesia sin martirio…Los mártires nos invitan a poner a Cristo por encima de todo y a ver todo lo demás en relación con él y con su Reino; nos hacen preguntarnos si hay algo por lo que estaríamos dispuestos a morir”.
Así fue la persecución a los cristianos españoles en el siglo XX.

El martirio, un “destino manifiesto” de los católicos

El martirio fue el destino, entre 1936 y 1939, de decenas de miles de religiosos y laicos católicos a manos de las organizaciones revolucionarias de izquierda durante la Guerra Civil española. Un exterminio masivo de católicos que entra de lleno en la categoría de genocidio, tal y como es definido por la ley internacional.
Los asesinos pertenecían al PSOE, CNT y PCE, y en menor medida, a organizaciones republicanas
Los asesinatos fueron perpetrados, no pocas veces, tras prolongadas torturas a las víctimas y en un clima de odio que propició el ensañamiento característico de los milicianos. Envenenados por décadas de propaganda anticlerical, en una España con una tasa de analfabetismo del 32%, los atroces crímenes no fueron la obra de incontrolados –eterno recurso argumental de los verdugos para eludir sus responsabilidades en la matanza-, sino que obedecieron a acciones deliberadas de los partidos y sindicatos, que son los verdaderos responsables. Los asesinos pertenecían a las organizaciones socialistas, comunistas y anarquistas –y, en menor medida, republicanas-: PSOE, CNT y PCE, fundamentalmente.
Juan Negrín, jefe de Gobierno socialista durante la Guerra/Fuente: Archivo Fundación Juan Negrín.

Sin embargo, aunque la ofrenda de la vida por razón de las propias convicciones debería estar más allá de toda crítica (por no hablar de la naturaleza particularmente vil del crimen perpetrado en las personas de quienes ni podían ni querían defenderse), no ha faltado quien, por abrir procesos de beatificación, ha acusado a la Iglesia de instrumentalizar a las víctimas y –hay para pasmarse- de reabrir heridas.
Siguiendo en esa línea, incluso se ha sugerido que hay que hacer un intento por comprender la ira del pueblo contra una Iglesia que estaba del lado de los ricos y que se dedicaba poco a los deberes pastorales.
La verdad es exactamente la contraria.
La Iglesia ha hecho todo lo posible porque nadie se sintiese agraviado con esas beatificaciones
En primer lugar, la Iglesia ha hecho todo lo posible porque nadie se sintiese agraviado con esas beatificaciones, y tampoco ha solicitado de nadie que pida perdón. Dichas beatificaciones se abrieron ya en los años cuarenta y cincuenta, pero Pablo VI decidió en 1963 posponerlas hasta que el tiempo eliminara las connotaciones políticas que pudieran tener.
Religiosas detenidas por Milicianos y conducidas directamente a la checa.
Religiosas detenidas por Milicianos y conducidas directamente a la checa.

Aún más; resulta evidente que el que la Iglesia haya optado por emplear con carácter oficial la pudorosa expresión “mártires del siglo XX”, en lugar de otras que hubiesen podido ser mucho más explícitas y acusatorias, ya dice bastante de su escasa beligerancia, y de cómo, en un tiempo en el que la vindicta es sacralizada en forma de “memoria”, ella opta por no señalar con el dedo.
El argumento de que la Iglesia española estaba corrompida antes de la guerra civil resulta ser una completa falsedad
En segundo lugar, el argumento de que la Iglesia española estaba corrompida antes de la guerra civil resulta ser una completa falsedad: una Iglesia corrompida no ofrece miles de mártires en medio de una terrorífica persecución en la que, como escribió un atónito Paul Claudel, no hubo ¡ni una sola apostasía!
Las cifras exactas de la persecución religiosa en España durante la Guerra Civil dejan sin aliento: 13 obispos asesinados, 4.184 sacerdotes seculares asesinados, 2.365 religiosos asesinados y 283 religiosas asesinadas (algunas de ellas previa violación).
Todos ellos fueron torturados y asesinados por su condición católica, sin que mediara ninguna otra razón; aún más, de entre los 60.000 asesinatos que se produjeron en la zona dominada por el Frente Popular, una proporción nada desdeñable también lo fue por el mismo motivo.

Un odio (y una misericordia) sin precedentes

La persecución y el exterminio fueron la radicalización de un proceso que había puesto en marcha la izquierda desde mucho tiempo antes. El objetivo era el exterminio de la Iglesia, algo que, en su zona, consiguieron las organizaciones revolucionarias, tal y como admitió orgulloso el líder del POUM, Andreu Nin:  
“La clase obrera ha resuelto el problema de la Iglesia, sencillamente no dejando en pie ni una siquiera (…) hemos suprimido sus sacerdotes, las iglesias y el culto.”
El simple recuento numérico no nos da una idea siquiera aproximada del horror que se vivió en la zona del Frente Popular
Aunque fueron muchos miles las personas que sufrieron aquella brutal persecución, miles de personas a las que se torturó y asesinó, esa aniquilación, empero, trasciende lo meramente cuantitativo. El simple recuento numérico no nos da una idea siquiera aproximada del horror que se vivió en la zona del Frente Popular.
Uno de los mayores estudiosos de la tentativa de exterminio del catolicismo durante la Guerra Civil, Antonio Montero, nos ha referido un sinfín de casos en los que la crueldad más extrema presidió la persecución, que incluía torturas, amputaciones de miembros, castraciones, mofas…y la promesa de que la blasfemia o la apostasía –de ahí el asombro de Claudel- salvarían la vida del preso.
No fue excepcional que se alcanzaran los extremos más degradados de la condición humana. Los relatos que nos han llegado, avalados en muchos casos por testigos de poco dudosa condición, nos han descrito un sórdido universo de seres degenerados, consumidos por un odio que desahogaban contra todo lo que tuviera relación con la fe, objetos, edificios y personas.
La deshumanización de que eran objeto los católicos está bien recogida en uno de esos casos, como el de sor Apolonia del Santísimo Sacramento, superiora general de las Carmelitas de la Caridad de Vic, de 70 años, sobre cuya muerte escribió en 1961:
“Fue cogida prisionera, llevada por los milicianos a una checa, la desnudaron y la llevaron a un patio. Le ataron muñecas y tobillos y la colgaron de un gancho a la pared del patio. Con un serrucho la cortaban, mientras ella rezaba y rogaba por sus asesinos (…) era de dominio público que el jefe de la checa de san Elías, un tal «Jorobado», cebaba en total unos trescientos cerdos con carne humana. Que muchos presos eran echados a dichas piaras y que la General de las Carmelitas de la Caridad, Madre Apolonia Lizárraga, fue una de dichas víctimas que aserraron, descuartizaron (en cuatro partes) y luego en trozos más pequeños fue devorada por dichos animales que en la citada checa engordaban…los milicianos más tarde mataron a los cerdos y vendieron los chorizos diciendo que eran chorizos de monja…”
Madre Apolonia Lizárraga.
                                                                                         Madre Apolonia Lizárraga.

Es sólo un ejemplo entre miles, literalmente. Un ejemplo silenciado por aquellos que se sienten, hoy, legitimados para presentar su particular memorial de agravios en el nombre de una justicia que jamás estuvieron dispuestos a tributar a sus víctimas. Porque lo que sucedió en esa zona de España de la que ellos se sienten solidarios fue una cruel matanza sin parangón.
                                                         Manuel Azaña, presidente durante la II República

En palabras de un autor confesamente simpatizante de los republicanos, el historiador británico Hugh Thomas, es difícil encontrar antecedentes de aquel salvajismo:
“En ningún momento de la historia de Europa, y quizás incluso del mundo, se ha manifestado un odio tan apasionado contra la religión y todas sus obras”.
La España de nuestros días parece anegada por una oleada de anticristianismo en la que no faltan expresiones radicalizadas muy cercanas a la violencia, y mofas y blasfemias públicas perversamente amparadas en el derecho a la libertad de expresión.
En un país donde se perpetró un genocidio, no parece muy responsable agitar las mismas causas que lo provocaron
Por eso, no es ocioso recordarle a los poderes públicos que, en un país donde se perpetró un genocidio, no parece muy responsable agitar las mismas causas que lo provocaron. O permitir que tal cosa ocurra.
Por eso, no es en absoluto ocioso recordar en estos días ese testimonio de misericordia de los mártires del siglo XX.
 
Fernando Paz, historiador