Sólo merece vivir quién por un noble ideal está dispuesto a morir. Por Simón de Monfort

Sólo merece vivir quién por un noble ideal está dispuesto a morir. Por Simón de Monfort      
  

"Sólo merece vivir quién por un noble ideal está dispuesto a morir" así reza el lema de zapadores del aire. 
Y esta reflexión desde el frente de Mosul la dedico a la muerte, sin por ello pensar que vaya a ser la última de mis reflexiones, eso sólo Dios lo sabe.

Cuando uno ve lo frágil que es la vida y lo rápido y fácil que se puede perder, es cuando de verdad se da valor a esta vida. No entendiendo la vida como apego a esta o a los bienes que se tengan, sino a todo aquello que merece la pena ser vivido. Ante la cercanía de la muerte se vislumbra más claramente lo que es importante de lo que no lo es. Sólo el amor a los demás es importante, hijos, familiares y amigos... 

Aunque nos repitan que sí no nos aferramos a los bienes los perderemos, eso no importa, sólo en el desprendimiento de las cosas materiales es cuando se encuentra la verdadera libertad.  

Sí quieres seguir mis pasos vende todos tus bienes. Entrega a los pobres lo que saques, y sígueme ... Decía Nuestro Señor. 

En un mundo basado en las distracciones, la gente ha de llenar de ruido y acciones vanas su vida, el silencio nos aterroriza y tratamos de evitarlo. En las horas de guardia, bajo las estrellas y frente a nosotros mismos es cuando tenemos tiempo de meditar y pensar en cosas como la muerte. 

La muerte es algo que asusta, que la gente trata de apartar y no tener presente, sobre todo por el miedo a no estar preparado para afrontarla. Y eso es a lo que de verdad debemos tener miedo, a no estar preparados.

Depende como uno viva así se enfrenta a la muerte, es ante la incertidumbre de lo que pueda pasar si ésta llegase sin estar preparado a lo que se tiene real miedo, y no es para menos a juzgar por lo que las tradiciones dicen al respecto.  

Nos jugamos una eternidad y conscientes o inconscientemente todos lo sabemos.  

Es una posibilidad la de que, lo que haya después de la muerte, dependa de la forma de morir y sobre todo de la forma de vivir que hayamos tenido. Pero una posibilidad donde nos jugamos tanto que llega a aterrorizar a quienes tienen mala conciencia. 

Aquí cuando nos encontramos tan cerca de la muerte paradójicamente es donde menos la tememos. Es tal la convicción de estar haciendo lo correcto, que entregar nuestra vida en esta lucha sería el mayor de los honores, y cumbre de nuestro sacrificio. Nos encontramos tan cerca del desapego absoluto y la renuncia a lo material, que podemos sentir el verdadero aroma de lo que significa libertad. 

Juan 15-13

Nadie puede tener amor más grande que quien da la vida por sus amigos 

Viendo lo vacías de las vidas en el Occidente moderno, el apego al Mundo, el demonio y la carne así como la falta de Amor verdadero en las relaciones humanas, no es extraño el miedo por un lado, a las consecuencias de esos apegos insanos, y por otro, la incertidumbre de lo que nos espera tras la muerte.

Es cuando se combate por un alto ideal cuando dejamos de Ser nosotros mismos, con nuestras debilidades y miserias, para pasar a formar parte del Todo por el que luchamos. Y cuando esa lucha viene capitaneada nada menos que por Nuestro Señor, es tan grande la gloria del combate que poco importa el precio a pagar.  

No, no nos lloréis sí caemos. Llenaros de alegría por nosotros pues contentos iremos al encuentro del Señor. Llorar, eso sí, por vosotros, porque tengáis la ocasión de llenar vuestras vidas con lo que realmente merece la pena ser vivido. Y sí es posible podáis entregaros a la muerte con la satisfacción del deber cumplido. Con la certeza de poder pagar el peaje a la eternidad. Y eso sólo se consigue con una buena muerte consecuencia de una buena vida, o una vida entregada a los demás. 

Serenos y tranquilos combatimos y sí llega el momento serenos caeremos. Rezar por nuestra perseverancia y sobre todo por nuestros enemigos. Esos enemigos cargados de odio y atormentados en vida, preludio de lo que les espera sí no rectifican.  

Con San Ignacio afirmamos la razón última y única por la que estamos en este mundo, salvar nuestra alma. En tantas pequeñas cosas tomamos, o deberíamos tomar nuestras decisiones, con el "tanto cuanto", beneficie o nos aparte de nuestro fin último. Que aquí, en la determinante decisión de formar parte de esta milicia de Dios, no hay lugar para la duda. 

Sin ser falta de humildad, sino sentimiento cierto, este desprendimiento y entrega total que corremos el riesgo de sufrir, no sólo no nos causa agonía, más bien la sana alegría de poder gozar la eterna recompensa. 

Quién trata de juzgarnos desde la perspectiva acomodada de una vida aburguesada, podemos parecerle locos o héroes. En absoluto somos héroes ni locos, somos hombres que hemos tenido la dicha de encontrar sentido a nuestra vida y nuestra muerte. Y sobre todo agradecemos a Dios haber podido darnos cuenta a tiempo. Hay quienes sólo en el lecho de su muerte se dan cuenta, siendo quizás demasiado tarde, y dependiendo entonces, tan sólo de la misericordia divina,

¡Ave camaradas y amigos! 
¡Los que van (o están dispuestos) a morir os saludan!.


Simón de Monfort   

(Desde el frente de batalla, en la lucha contra el DAESH)



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