Sanjurjo, Mola, la Memoria Histórica y el saqueo de tumbas, por Fernando Paz

Sanjurjo, Mola, la Memoria Histórica y el saqueo de tumbas, por Fernando Paz
A la izquierda el general Sanjurjo. A la derecha, el general Mola
Parece cualquier cosa menos casualidad el que hayan coincidido en el tiempo dos anuncios: por un lado, el del consistorio municipal pamplonés –en manos de Bildu-, anunciando laremoción de los restos mortales de los generales Sanjurjo y Mola (y de otras seis personas allí enterradas), y por el otro, el del ayuntamiento madrileño, que está considerando erigir un monumento al soldado republicano.
La iniciativa de Bildu en Pamplona no es nueva; hace diez años ya promovieron una tentativa semejante, con la finalidad de demoler el edificio que albergaba los ocho cuerpos que ahora se quiere trasladar. Entonces, su pretensión fue rechazada mediante sentencia firme de la Sección Tercera del Tribunal Administrativo de Navarra de fecha 11 de febrero de 2008. Pero desde entonces las cosas han cambiado, pues  Bildu detenta la alcaldía de la capital pamplonesa y su operatividad política es mucho mayor.
Entre tanto, Otegi pide una memoria histórica (para la reconciliación en el País Vasco y Navarra) que incluya a los terroristas de ETA en la columna de las víctimas; algo muy posible en las actuales condiciones de nuestra genuflexa España querida.
Solo la locura en que está inmersa la sociedad española permite que algo así suceda
A la vista de lo que está sucediendo con los restos de Mola y de Sanjurjo, Otegi se ha quedado corto en su aspiración de que sea ETA quien escriba eso que ahora llaman el relato de lo acaecido en Vasconia durante el final del franquismo, y durante los años de plomo de la transición y de la democracia. Y se ha quedado corto porque, según parece, ETA no solo determinará el relato en el norte y en lo referente a sus crímenes, secuestros y extorsiones; formar de este lado de la barricada del antifranquismo, le legitima para ejecutar la memoria histórica también en cuestiones que afectan al conjunto de España, como es el caso que nos ocupa. ¿Quién decía que ETA había sido derrotada?
Monumento a los caídos en Pamplona en los que reposan los restos de de Mola y Sanjurjo
Monumento a los caídos en Pamplona en los que reposan los restos de de Mola y Sanjurjo
Solo la locura en que está inmersa la sociedad española permite que algo así suceda. En cualquier sociedad saludable sería imposible sostener un discurso que pide amnesia para crímenes cometidos hace ocho años y memoria para los de hace ochenta. En cualquier sociedad saludable.

La memoria histórica

Lo que está haciendo Bildu en Pamplona es posible gracias a la ley de Zapatero y a la complicidad del Partido Popular, que ha mantenido una ley inicua de la que sus votantes estaban masivamente en contra, algo que jamás ha parecido inquietar a Génova.
El que el gobierno de Mariano Rajoy no haya derogado dicha ley ha significado un espaldarazo de primer orden a la misma, por cuanto supone la consolidación de una versión sectaria y falsa de nuestro pasado gracias a la aceptación de la fuerza política que pasa por representar a la mitad de la opinión pública.
Las familias de Mola y de Sanjurjo son las últimas víctimas, por ahora, de la iniquidad de dicha ley. De una ley que divide a los españoles
Las familias de Mola y de Sanjurjo son las últimas víctimas, por ahora, de la iniquidad de dicha ley. De una ley que divide a los españoles y que asigna con pueril maldad los papeles de buenos y malos en función de intereses ideológicos.
La Ley de Memoria Histórica se escudó en la necesidad de reparación de una injusticia que duraba demasiado tiempo, decían; la ley de memoria histórica, insistían, iba a posibilitar la búsqueda de los restos de los represaliados en las cunetas. De este modo percutían sobre una fibra emocional que imposibilitaba todo debate en términos racionales. Que era de lo que se trataba.
Seamos claros: los motivos que en cada caso se han esgrimido para ejecutar dicha ley no son más que excusas argumentales para justificar decisiones tomadas con absoluta independencia de los mismos; así, para descolgar una lápida se puede argüir que esta exalta a un bando –siempre que sea el bando equivocado, claro- mientras que cuando se pide el cierre de El Valle de los Caídos, se olvida que allí están enterrados soldados de los dos bandos.
Por eso, el ayuntamiento de Carmena, al tiempo que elimina incluso las menciones a quienes fueron asesinados en el Madrid rojo entre 1936 y 1939, estudia levantar una estatua “al soldado republicano”. Aquí, ya lo verán, importará poco el artículo 15 de Ley de Memoria Histórica, que impide la exaltación de la guerra civil. 
Es de un cinismo inaudito que la izquierda española, que podría optar perfectamente al Guinness europeo del golpismo, utilice como argumento el de la defensa de la legitimidad.
Los mismos que tales vilezas perpetran son quienes fingen indignación al evocar el golpismo de Sanjurjo y de Mola. Es de un cinismo inaudito que la izquierda española, que podría optar perfectamente al Guinness europeo del golpismo, utilice como argumento el de la defensa de la legitimidad.
Quienes así actúan, reclaman –y no se recatan en esto-, su identificación con las organizaciones revolucionarias que tantas tentativas llevaron a cabo contra la legalidad durante las décadas anteriores a la llegada de la república; hasta entonces, invocar el respeto a la legalidad no les producía más que carcajadas más o menos sonoras.
¿Cambió, acaso, la proclamación de la república su desdén por la legalidad? En absoluto. De hecho, la izquierda española se sublevó contra la república en 1934 aunando a las organizaciones revolucionarias con los separatistas en su asalto al poder y su pretensión de terminar con una república a la que motejaban despectivamente de “burguesa”.
¿Entonces? El discurso de defensa de la legalidad no es más que una añagaza en la que por supuesto no creen, pero que les permite condenar, por ejemplo, a Mola y a Sanjurjo desde un impostado Olimpo moral prefabricado.
La alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena/ EFE
La alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena/ EFE
La verdad es que ni Sanjurjo ni Mola quisieron una guerra civil; la verdad es que nadie en el bando nacional quiso una guerra civil. La rebelión del 18 de julio fue un golpe de rectificación de una república que había caído en manos de un gobierno que hacía imposible la convivencia. La realidad es que los sublevados se levantaron al grito de ¡Viva la república!porque creían que esta, degradada por la acción de la izquierda revolucionaria y por la de la gubernamental, era viable tras un periodo de regeneración. Tanto Mola como Sanjurjo se sublevaron con ese propósito.
Sí hubo, sin embargo, quien amenazó con la guerra civil en vísperas de las elecciones de febrero de 1936, en sentido literal (“si las derechas ganan las elecciones, nosotros iremos a la guerra civil”): ese fue Largo Caballero, cuyas terribles palabras venían prologadas por el golpe de 1934. Si quienes concibieron, elaboraron y ejecutan la Ley de Memoria Histórica de veras estuvieran preocupados por condenar el golpismo y la guerra civil, habrían empezado eliminando las estatuas de Largo Caballero y de Prieto en los Nuevos Ministerios. Algo que, huelga decirlo, no parece que vaya a suceder. Y no va a suceder porque, habitualmente, la arbitraria aplicación de dicha ley apenas encuentra respuesta.
Estatua de Largo Caballero en Nuevos Ministerios (Madrid)
Estatua de Largo Caballero en Nuevos Ministerios (Madrid)
Esta vez, sin embargo, puede ser distinto. Al anuncio del alcalde de Bildu –que ha contado con la connivencia del arzobispado- le ha seguido una vigorosa reacción de la familia Sanjurjo, que ha negado toda colaboración con el consistorio etarra, así como ha denunciado las falsedades en que este ha apoyado su decisión de exhumar los cuerpos. Los familiares del general, aseguran que harán valer sus derechos.
No es difícil prever en qué terminará todo. En un país decente no se permitiría que los terroristas y sus cómplices perpetrasen la canallada que está en ciernes; en un país decente, aún más, los terroristas y sus cómplices no estarían en las instituciones; pero hoy, aquí, todo es posible.
Incluso que, en el nombre de la dignidad y la memoria, la ley ampare el saqueo de tumbas.