Nada es por casualidad. Por Javier
García Isac
Llegó la señal y llegó en forma de
mensaje telefónico. Estaban esperando la excusa, la coartada para poder
desatascar la situación, el motivo para deshacerse de un Puigdemont que ya
empieza a ser molesto a propios y extraños. Todos sabemos y conocemos la falta
de épica, de heroica en eso que llamamos procés, lo que no podíamos imaginar,
ni siquiera soñar, es que la finalización de la efímera república independiente
de Cataluña nos viniera en forma de SMS o whatsapp.
La extraña pillada al ex consejero
Comín, de los mensajes recibidos por parte del ex presidente de la Generalidad
Puigdemont, donde este último reconocía la victoria de Moncloa, es ahora
utilizada por amigos y enemigos, para desembarazarse del cadáver político en el
que se ha convertido Puigdemont. No tengo ninguna duda de lo “dantesco” de la
situación, como tampoco la tengo del montaje realizado. Nada es por casualidad.
Los hechos deben ser analizados con la perspectiva del tiempo. El sábado 27 de
enero, el constitucional establecía las medidas cautelares que impedían que
Puigdemont fuera investido presidente telemáticamente. El martes 30 de enero,
el presidente del congreso autonómico catalán, Rogelio Torrente, decide aplazar
la sesión de investidura. El miércoles 31 de enero, el exconsejero Comín recibe
unos mensajes telefónicos de Puigdemont que transcienden a la prensa y se hacen
públicos.
El castillo de naipes se desmorona y
todos tan contentos. La brecha, la fisura, la grieta en ambos frentes, es algo
más que evidente. En el independentista, son cada vez más las voces que dan por
amortizado a Puigdemont y desean la formación de un gobierno posibilista. La
chusma es muy valiente en grupo, en manada, pero no tanto cuando se la
individualiza, cuando se la identifica o se la responsabiliza de un hecho en
concreto. Son pocos los dispuestos a llegar hasta las últimas consecuencias en
pos de conseguir la independencia de Cataluña. El miedo a pisar la cárcel les
atenaza a la hora de tomar decisiones que puedan entrañar la posibilidad de
entrar en el talego y Rogelio Torrente no está dispuesto a pasar por semejante
trago, por muy independentista de salón que sea. En el frente
“constitucionalista” no están mucho mejor. Ciudadanos e Inés Arrimadas, la
nueva favorita de la prensa y los medios conservadores de este país, nos hablan
de unidad frente al separatismo, unidad que no se creen ni ellos mismos y que
queda en evidencia cada vez que tienen que llegar a algún tipo de acuerdo. Los
Socialistas tampoco son unos socios fiables, la visión de cada reyezuelo
territorial es diferente dependiendo de la comunidad autónoma donde residan.
Con toda seguridad, la cuestión es que la Constitución del 78 no es la
solución, es parte del problema. La constitución por si sola, no es suficiente
para garantizar la unidad de este país.
Puigdemont y sus SMS han dado un
balón de oxigeno impagable a un Mariano Rajoy que atraviesa sus horas más bajas
y han conseguido que el independentismo empiece a pensar en un cambio de
estrategia que muchos les reclamaban. Desean volver a la normalidad, “a su
normalidad”, la del 3%, la de la imposición lingüística, la de la desobediencia
a las resoluciones del tribunal constitucional, la del adoctrinamiento en las
escuelas, la de las embajadas en el extranjero, la de la marginación al que piensa
diferente. En definitiva, a la normalidad que nos han vendido los últimos 40
años en Cataluña, con la complicidad de los distintos gobiernos de España. Sin
querer ver que nada era normal en Cataluña antes ni después de ese 1 de
octubre.
Tengo claro que el conchaveo, el
cerdeo, la componenda ya está en marcha. Los SMS de Puigdemont son el
pistoletazo de salida para que las aguas vuelvan a su cauce, a esa situación
que quieren vendernos como normal. Solo les separa dos obstáculos que tienen
que domesticar, que tienen que neutralizar: la movilización popular de miles de
españoles y al Juez Llarena.
Javier García Isac