Me produce mucha pereza además de
mucha tristeza, tener que comentar siempre por estas fechas los insultos a
España, los españoles, nuestra bandera y nuestro himno, y además, siempre con
motivo de un acontecimiento deportivo como es la final de la Copa del Rey.
Una de las cuestiones que debe ser objeto de análisis es
que en los últimos años, solo llegan a la final clubs de fútbol cuyas
aficiones, o por lo menos la parte más ruidosa y notoria, dicen despreciar a
España y a los españoles. Se puede ser imbécil, pero estas cotas de idiotez son
complicadas de entender. Se desprecian a sí mismos y eso es digno de lastima y
sobre todo, digno de tratamiento. El complejo de victimismo junto con un
sentimiento de superioridad, les hace ser muy infelices. A la falta de
educación, se le suma ahora la ignorancia de la que hacen gala cuando desean
jugar y además ganar, una competición que en el fondo no quieren.
El tratamiento médico recomendable, debería ser combinado
con dosis de autoridad y autoestima y clases de formación básica. Solo así podrá
curarse parte de los males que padecen, y digo parte, porque cuando un
individuo llega a creerse tantas falsedades, tantas mentiras sobre sí mismo y
sobre países que nunca existieron, cuando piensan que son el ombligo de un
mundo del que nunca formaron parte, pero que existe una conspiración para
limitar su potencial y condenarles al ostracismo, cuando piensan que toda
persona sobre la tierra es descendiente directo de ellos, todo descubrimiento,
toda literatura, avance medico social o económico se debe a uno de su tribu, es
que el mal está más avanzado de lo que podríamos llegar a imaginar. En estos
casos, el razonamiento se me antoja imposible. Se necesitaran varias
generaciones nacidas y educadas en la verdad para revertir la situación.
En la mayoría de las ocasiones el enfermo es el más
inocente de todo este cuento. La culpa suele ser de aquellos que permitieron
que el mal se extendiera de forma tan virulenta y nunca tuvieron la intención
de combatirlo. De aquellos que tenían la responsabilidad de no dejar que esto
sucediera ni llegara tan lejos. Aquellos que aun sabiendo los riesgos, miraban
a otro lado y no les importaban que cuestiones tan importantes como la unidad
de un país, la convivencia de sus gentes y sus pueblos, su historia, su cultura
y sus raíces, fueran puestas en duda y en serio peligro de desaparecer tal y
como las conocemos.
Que cuarenta mil energúmenos chillen, griten, insulten y
se desgañiten silbando una bandera y un himno, sería casi anecdótico, casi lo
de menos, si no fuera porque la bandera y el himno al que chillaban, gritaban,
insultaban y silbaban, era el suyo propio, era la bandera y el himno de España:
mi bandera y mi himno.
Yo desprecio y maldigo a todos aquellos que chillan,
gritan, insultan o silban mi himno y mi bandera, su himno y su bandera, pero
sobre todo a todos aquellos que lo permiten y lo consienten, a todos aquellos
que teniendo la posibilidad de evitarlo, no lo hacen por miedo o por cobardía,
por interés o por desidia o simplemente porque no quieren. No faltará mucho
donde cada uno deba elegir el lado donde desee estar, el lado que le
corresponda. Ya no cabrán ni medias tintas ni tibiezas cómplices. Espero que
cuando llegue ese momento, no sea demasiado tarde para curar una enfermedad que
muchos ayudaron a propagar y que solo ahora empiezan a darse cuenta de la
magnitud y del trágico final que puede avecinarse.