LA HIERBA VERDE, LA ESPADA DE CHESTERTON Y LA FALANGE. Por Elena Pérez
Imaginemos un bonito campo que brilla bajo un cielo de ese azul primigenio, un lugar donde la hierba brota con la sencilla audacia de ser verde, no por decreto ni por moda, sino porque su esencia canta un himno antiguo, tejido en la raíz misma del ser.
G.K. Chesterton, ese gigante de alma risueña y mirada afilada, dijo una vez que llegará el día en que tendríamos que desenvainar la espada para defender algo tan obvio como que la hierba es verde. No era solo una frase; era un susurro profético, un eco que resuena hoy entre las ruinas de un mundo que ha olvidado mirar.
Hoy, a esta época febrilmente enferma, donde las palabras se retuercen y el alma se encuentra sitiada, le llaman "progreso", un progreso que huele a ceniza, aunque lo disfrazan de "despertar" y de modernidad. En realidad, sus ojos están cegados por los destellos falsos que nos bombardean desde todos los frentes, y donde lo evidente se disuelve en debates estériles y la verdad se negocia como mercancía barata. Chesterton nos llama desde el silencio. Nos pide que alcemos la espada de hoja forjada en el coraje de la defensa de la VERDAD, no la verdad relativa adaptada a las conveniencias del momento.
Sí, la hierba es verde, y no necesita comités ni manifiestos ni urnas para serlo.
Sí, El régimen del 78, con sus estructuras podridas y sus promesas vacías, es una basura que se sostiene por inercia, no por mérito.
Sí, La democracia, vendida como un ideal sagrado, se revela como un tremendo engaño cuando las decisiones reales las toman elites desconectadas, dejando al resto con la ilusión de elegir.
Sí, un hombre nace hombre y morirá siendo hombre por mucho que se hormone, que se opere o que se disfrace.
Si, una mujer nace mujer y morirá siendo mujer por mucho que se hormone, que se opere o que se disfrace.
Sí, el aborto es un crimen contra los más inocentes.
……
Hablar claro, sin adornos, es el primer paso para desmontar la farsa. Sin embargo, estamos llegando al absurdo de que para defender lo evidente haya que desenvainar esa espada. Y así, lo obvio se convierte en herejía, y defenderlo, en un acto de rebeldía sagrada.
Desenvainar la espada hoy no es blandir acero contra otros (que también), sino alzar el espíritu contra la niebla. Es plantarse como un roble en la tormenta y decir: "Esto es real, esto es bueno, esto es hermoso". Es resistirse a ese mundo "woke" con sus cánticos de justicia vacía y sus dogmas disfrazados de libertad, y elegir, en cambio, la humildad de lo simple: Es un acto poético, sí, pero también un acto profundo, porque en esa defensa se juega el alma misma del hombre.
Chesterton lo sabía: cuando lo evidente se tambalea, no basta con susurrar; hay que gritar, hay que luchar, hay que amar con la fiereza de quien ha visto el rostro de lo divino en una brizna de hierba. Y en este mundo que corre hacia el vacío, su llamada es un faro: desenvaina tu espada, no por odio, sino por amor. Porque la hierba es verde, y en su verde está el secreto de todo lo que aún podemos salvar.
En el corazón de la tormenta, donde el aire se espesa con el hedor de la podredumbre moral y el ruido del vacío, resuena aún el eco de un ideal que no se doblega. Falange, ese estandarte alzado en tiempos de hierro y fuego, no fue solo un grito político; fue un canto del alma, una defensa feroz de lo espiritual frente a la marea gris del materialismo. Y hoy, en este paisaje desolado donde el wokismo´ levanta sus altares de palabras huecas y la modernidad se ahoga en su propia soberbia, la voz de G.K. Chesterton reverbera como un trueno sagrado: llegará el día en que haya que desenvainar la espada….
Falange, en su esencia más honda, entendió esto: que la vida no es solo carne y pan, sino un misterio que trasciende, un combate por el espíritu contra la tiranía de lo banal. Ellos, con sus Camisas Azules y sus sueños de grandeza, vieron en lo sencillo —la tierra, el honor, la fe— una verdad que no se negocia. Y hoy, cuando se nos repite machaconamente que nuestra tradición y nuestras creencias no son más que maneras de oprimirnos, que la raíz debe arrancarse para dar paso a un espejismo de igualdad sin alma, la espada de Chesterton brilla como un faro en la niebla.
Tenemos la certeza de que el mundo se pudre, ¿no lo ves? Se pudre en la mentira de los falsos profetas que venden justicia mientras desangran lo humano; se pudre en la cobardía de quienes callan ante la erosión de lo bello y lo bueno. El progresismo, con su evangelio de lo relativo, nos arrastra a un abismo donde se empeñan en convencernos de que la hierba ya no es verde, sino un lienzo en blanco para caprichos estériles. Pero Falange, en su espíritu indómito, nos recuerda que hay cosas que no se entregan: el cielo que nos cobija, la sangre que nos une, el Dios que nos llama desde el silencio. Desenvainar la espada no es un acto de violencia, sino de amor; un amor tan puro que corta como el filo de la verdad.
Contra el progresismo impuesto que erige su torre de Babel con ladrillos de palabras vacías, la lucha de Falange resurge como un susurro profético. No se trata de nostalgias muertas, sino de un despertar vivo: defender lo espiritual es defender la hierba verde, el pan compartido, la justicia y la alegría de los hogares en los que no falta el Pan. Es alzarse contra la corriente que todo lo disuelve y decir, con la firmeza de un mártir: "Esto es real, esto es sagrado". La espada que Chesterton imaginó tendrá que brillar con sangre y con luz, la luz de la Verdad, iluminando el camino hacia lo que fuimos y aún podemos ser.
Así, en medio de esta noche densa, Falange nos tiende una antorcha: la de un espíritu que no se rinde, Y mientras el mundo se deshace en sus propios delirios, nosotros, herederos de esa llama, desenvainamos la espada —para gritar al viento que la hierba es verde, que la vida es un don, y que no cederemos ante la podredumbre que nos acecha. Porque en esa defensa, en ese acto de fe, está la redención de todo lo que aún late bajo las ruinas
Hablando sobre Chesterton, sabemos que recorrió a lo largo de su vida un largo camino espiritual e intelectual. Fue un joven agnóstico, pasó por el anglicanismo, (que ya son ganas), y se convirtió al catolicismo en 1922. Esta decisión no fue un capricho ni un impulso emocional, sino el resultado de una búsqueda profunda de la verdad, que él veía encarnada en el catolicismo. Hay un ensayo suyo titulado ¿Por qué soy católico?, donde explica el porqué de su conversión que le hizo ser un católico militante. Es decir, no sólo defendió una Fe contemplativa sino también combativa y luchadora.
Citando nuevamente su frase "Pronto llegará el día en que será preciso desenvainar …. Que, aunque fue dicha antes de su conversión como católico, sí que muestra su visión de un mundo donde las verdades más obvias y naturales serían atacadas, exigiendo una defensa activa, incluso violenta si fuera necesario.
Cierto es que Chesterton nunca conoció directamente a José Antonio Primo de Rivera ni la Falange, fundada en 1933, tres años antes de su muerte en 1936. Sin embargo, hay paralelismos interesantes entre el pensamiento de Chesterton y la doctrina Falangista, más por afinidades filosóficas que por contacto histórico. El falangismo, en su vertiente idealista (compartía con Chesterton un rechazo al liberalismo individualista, al materialismo moderno y al socialismo colectivista. José Antonio, como Chesterton, abogaba por una "tercera vía" que superara el capitalismo y el comunismo, una propuesta económica basada en la propiedad privada y la doctrina social católica.
Su frase conecta directamente con el espíritu falangista de lucha heroica por ideales trascendentes. Chesterton, en su defensa del sentido común y la fe, veía la modernidad como una amenaza que deshumanizaba y relativizaba todo, una idea que también impregnó el discurso falangista contra el "desorden" liberal y la decadencia moral.
José Antonio, en sus escritos y con su ejemplo de vida exaltaba la acción, el sacrificio y la defensa de una verdad superior —nacional y espiritual— frente a lo que percibía como una civilización en ruinas. La metáfora de la espada en Chesterton es un símbolo de resistencia intelectual y moral, pero su tono combativo podía fácilmente alinearse con la retórica falangista, que sí abrazó la acción directa y la estética de la lucha.
Otro punto de coincidencia es la importancia de la tradición católica y en obras como ¨El hombre eterno¨ defendía la continuidad de la civilización cristiana frente a las rupturas modernas, algo que el falangismo reinterpretó en clave nacionalista española, enfatizando la raíz católica como pilar de identidad. Ambos veían en el catolicismo no solo una fe personal, sino una fuerza civilizadora capaz de ordenar la sociedad. Por supuesto con matices diferenciadores importantes entre la filosofía Chestertoniana y la Doctrina Falangista: Chesterton era un humanista de humor irónico defensor de la libertad individual dentro de la comunidad, mientras que el falangismo quiere un colectivismo más autoritario y jerárquico, como debe ser.
En resumen, aunque Chesterton no conoció el falangismo, su conversión al catolicismo y su pensamiento —especialmente su visión de la verdad como algo digno de ser defendido con vigor, incluso con una espada— tienen ecos en las ideas falangistas de lucha, honor y restauración de valores tradicionales.
Su frase captura una actitud que José Antonio podría haber aplaudido: la disposición a combatir por lo que es justo y evidente, aunque el mundo lo niegue.
Elena Pérez